Nuestras manos danzan desaforadas
elevándose en un viaje hacia el cielo.
Buscando albas de cópulas doradas
y crepúsculos de jadeos eternos.
El silencio expectante nos abraza
convirtiendo en brújula los cuerpos.
Se tornan místicas nuestras miradas
y destellan horizontes inciertos.
El deseo voraz corre los velos
descubriendo lo que nos fue vedado.
Lo prohibido se muere en el misterio
y renacemos a través del pecado.