La casa huele a pan tostado
reluce la armonía
y se condimenta el amor.
En un rincón una mesa de madera
cobija un enorme florero
con margaritas en flor.
Me miran, coquetean
se extienden, se acomodan
y con el paso de los días
yo las veo siempre abiertas.
Las he cortado temprano
crecen a miles,
por los costados del prado,
para tenerlas conmigo
antes que llegue la siesta.
Recuerdo aquel día
tibio, de primavera
engordó a los capullitos
y las llenó de belleza.
Aquí las tengo conmigo
hasta somos compañeras
y se adueñan de la luz
como un espejo de estrellas.
Eso me basta y me sobra
para alcanzar vida plena,
ni lujo, ni joya buena
solo el centro de esta flor
que es un sol pequeñito
que me ilumina la casa,
y me espanta a las tinieblas.