Del cuento “La Ultrajada”
De Jorge Luis Borges
Refirió Eduardo una historia, que a muchos hizo temblar,
yo lo supe de segunda, entreverada en afán )
No le agrego, ni le quito, de los Nilsen he de hablar,
del caserón ya perdido, de su patio y su zaguán,
habitaciones sin lujo, habitat de soledad.
Caballo, apero y daga, pendencieros por lealtad
Eduardo y el mismo Cristian, dos criollos del mejor porte,
yo diría como gringos, con sus rojas cabelleras,
enfrentados con el viento, que quieto los ve pasar.
Dos hermanos que se quieren, como no ha de imaginar,
fieles uno al otro, hasta llegar a matar.
No se enfrente con el par, si le interesa la vida,
Si se malquista con uno, cuenta con dos enemigos
En despilfarro de amores, los primeros en saltar,
si hay fiesta en el conventillo, tarde no han de llegar.
Calaveras de raza, tramposos con las mujeres,
sus unidos corazones, solo albergaban amoríos.
Pero el destino es quien manda y apareció por azar,
en la vida de los Nilsen la morena Juliana Burgos
Fue Cristian el mayor, quien la tomó como una cosa,
ignorando que era mujer y tenía un alma hermosa
Sirvienta en el día, maltratada con desprecios,
ultrajada por las noches como una hembra ansiosa
“Si querés usala Eduardo” le dijo Cristian un día,
con tal despojo de hombría que repugna al más mentado
Dice la gente que cree, que existe un Dios que es muy justo
y los hermanos sin saberlo, comenzaron a celarse.
Ya no era solo pasión, se habían enamorado
de la sumisa morena, que por el barro arrastraron
Los burladores burlados, se encontraban conversando,
queriendo decidir, el destino de Juliana.
Una infame decisión resolvieron para ella,
pero nunca los hermanos se verían enfrentados.
Vendieron la pobrecita para los bajos instintos,
creyendo así liberarse de aquel monstruoso amor.
Pero la vida te prueba de una y mil maneras
y terminaron siendo víctimas de su propio rigor
Un día del mes de marzo, que no cejaba el calor,
perdidos en laberintos de desesperación,
orillando un pajonal al que llegaron dispuestos
a dejar a los caranchos el cuerpo de la bendita.
Aunque Cristian la mató, se abrazaron los hermanos,
llorando porque la culpa la llevarían los dos.
Triste destino el vivir con los remordimientos,
donde es guardián la conciencia y aunque sea obligación,
nunca llega el olvido
Así queda asentada, la extraña devoción, de los hermanos de Turdera..