CAPÍTULO 3. La mala hora de Héctor
Pronto llegó el caos, los hombres que perseguían (resultaron ser de la Policía) comenzaron a dispersarse en grupos; unos entraban a las casas contiguas para rodear la zona, otros corrían veloces hasta el final del callejón por la calle de atrás y así impedir la escapatoria, otros gritaban alertando a los vecinos para que entraran a sus casas y se pusieran a salvo, y otros seguían persiguiendo y disparando al delincuente, quién seguía haciendo frente a la policía demostrando con la firme decisión de que no tenía intenciones de entregarse.
Las patrullas de la policía seguían llegando, dejaban policías en la zona y salían en veloz carrera sonando las sirenas y encendiendo las luces de colores que giraban y giraban con su indetenible luminosidad.
Fue allí, cuando se intensificó la balacera. Pronto Héctor sintió que una mano lo sujetó fuerte por el hombro derecho y lo haló con fuerza para atrás, fue una fuerza tan repentina que apenas tuvo tiempo de voltear su cabeza y mirar de que se trataba.
Héctor en su ensimismamiento no esperaba que esa mala hora le llegara así de pronto, y menos aún, en aquella confusión donde supuestamente nadie podría detenerse a reparar su presencia.
Así que, el muchacho, primero con cara de asombro y después de disgusto, se preparó para enfrentar aquel aciago momento, costase lo que costase.
En el punto crucial de la batalla
Héctor sintió aquella presencia
y era normal que no la esperara
en medio de aquella efervescencia.
Continuará...