Vino la lluvia
Me desató el vestido lentamente
y hablaba de tus lienzos,
de tus húmedos lienzos,
de la frecuencia ritmica de tus visitas,
hasta que un día -juntos- descubrimos
una alfombra de pétalos entre los eucaliptos,
en los soles rabiosos de aquella ciudad rara.
Apoyé mi esperanza en tu figura y descubrí:
Eres como un deseo que nos atrapa a solas en el cuarto
en la tranquilidad que gobierna la calle antes del movimiento de los cuervos,
antes del crimen.
Eres como el objeto del deseo,
como el deseo empapado de sí mismo,
mudo,
dentro de sí.
Notas de sax y síes que se repinten por todas las regiones
de todas las palabras.
Por las estanterías llenas de libros,
por la mancha de sangre que decora la mesa
por los hombros y el cuello del rector que nos mira con párpados
de oleos inquisidores y elocuentes
van nuestros nombres
juntos
casi siempre.
Por la aldaba empapada de nostalgia,
por las almohadas,
por la lujuria nueva concentrada en las olas
que sólo pertenecen a tu cuerpo de mar.
Mirada que resurge desde la irrealidad
de tus ojos humeantes.
Eres como el deseo que escarba en todo
Expone todo
Hasta mi propia muerte.
Y eso de ir
como haciendo el amor entre las gentes
que pregunta la hora frente a las catedrales.
Aquello de besarte en la quietud de las estancias velatorias
y predecir tu carne antes del fin del mundo
(como si fuera mucho más importante)
Y lo es.
Tu paisaje y tu voz importan mucho más que el odio
y todos los derrumbes de la vida.
Eres como un deseo que nos espera
fuera y dentro del humo.
Tu mirada está hecha de palomas veloces
de colmenas de avispas que un indigente hirió
con una vara-luna-plenilunio.
Guardas mi cuerpo en uno de tus rostros
y tus manos arrojan un racimo de espinas
sobre la cama
(la cama en la que duermes y te mueres conmigo)
Hemos de repetir el mismo sacrificio.
Esa misma frecuencia
de respirar la lluvia hasta el amanecer.
Y dormir y morirnos.
Que sostengas mis ojos en lo que, nadie sabe, puede ser
la última de tus miradas.