Bésame, intoxícame
ya no me importa ser
un ser sin alma
atrápame
Hipnotízame. Fobia
Con la fe de Tagore,
con el ruido en mi contra y contra la ventana lo besé.
La ciudad era otra;
el hambre, el fuego, el tiempo, la humedad era otra.
Hasta que su presencia
se marchó con el alba.
Se disipó su rastro como el de una fragancia.
Me encontré en la mañana con los ojos rojísimos
y la garganta seca.
Dicen que los nahuales son cosa del infierno.
Este pudo haber sido el mismo diablo,
el demonio desnudo pero,
y qué.
Era mío (Y de nadie)
Yo también era nadie
Yo tampoco era nadie y volvería.
Volvería por mí
Soñé con grandes máquinas eólicas,
grandes molinos de agua,
rostros que no acabaron de formarse,
nubes algodonosas y dos manos inmensas
destapando botellas de licores de nuez.
El reloj avanzó sobre la noche
hasta que se largaron todos esos recuerdos.
Devuelto el día ruidoso sobre el muro.
Y a la vida de siempre.
Sabes, Aída,
en los últimos siglos
tuve sexo con miles de planetas
de galaxias lejanas pero esto...
...esto en verdad es nuevo para mí.
Lo supimos entonces.
Lo ignoramos a tiempo.
Y por última vez,
fue sencillo entenderlo: fui absorbida por esa
respiración tremenda y estertórea,
ese manojo de ansias que subía y bajaba
por mi piel y mis venas
a su velocidad
irreductible.
Y por última vez
Depositó ese vaho sobre mí rostro,
ese vaho que brotaba de su hocico de lobo.
Aquel hálito hirviendo que buscaba mi boca
que se enfriaba de pronto
como si al mismo tiempo huyera de mi boca.
Se quedó quieto un rato como si me estuviera contemplando.
Nunca vi aquellos ojos avanzando como un barco en el agua.
Jamás conocí el mar.
Sentí ese tacto helado de su nariz carnívora en mi cara,
la humedad de su lengua sobre mis labios,
sus afilados dientes incisivos
sus letales colmillos.
Ese beso fue el fin
-y el principio- de todo.
Vino la transformación,
vino la paz
de esos peces inmensos asesinos del mundo
Vino la rabia
de la muerte y la vida como una sola cosa.
Y de pronto
ese jadeo incesante se transformó en su voz.
Eran mías sus manos;
mía su piel de espejo
y espejismo
de amor
improvisado.
Dado.
Mía toda su cara
mía su cintura fálica y humana
y el declive tangible de su espalda frenética
de imán;
y sus cabellos dulces
y sus ojos negrísimos y vivos.
No más antecedente
Ninguna consecuencia que ese silencio leve incomprensible
árido
de panteón.
Mío nada más.
Materialmente mío y desde el alma.
Acabamos vencidos en la sangre;
Enredados en polvo.
Vueltos polvo.
Arena que, algún día,
alguien
devolvió al mar.
Ilustración: Conrad Roset