Me embriagas
como una saeta que eriza la piel sin clemencia.
La noche se moja de un feble aguacero,
cuando el corazón se embauca en acordes
del pentagrama que censura la palabra
y la aloja en el fondo del alma.
¿Con qué tormenta vienes? - instinto de pasión-
si traes en el pecho tatuado la mudez de una pauta,
la mirada que tiembla como gota de lluvia
precipitándose en la hoja para saciar de la flor su pétalo
y su pistilo soñador.
Descifro la sensual cariátide con la ofrenda rupestre
para que subsista en mi vientre el perfume,
su perfume, que mora en las ansias bailarinas
con velos de peces que zigzaguean en las aureolas de los senos.
Embriagada, en esta pasión amorosa
como una manada de antílopes en estampida,
con fantasías de jilgueros en campos de trigales,
con alas para volar acrobacias por las orbes del paraíso
y perderse en las miradas de la piel en su pleamar.
¿Cómo, cómo no voy a entender
el sigiloso suspiro azul de una obertura sin olvido
de un arpa que llora su desnudo tacto?
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