Espirales de algodón
con puntillas de azúcar
que destellan miradas,
clavando margaritas
en las pupilas inertes
que miran simplemente
como el capullo de la flor
abre sus pétalos al sol
y en medio del espiral,
el mismo cielo dándole lugar,
al agua de manantial
que emerge del suelo
haciendo pequeñas lagrimas
que dan vida a los ojos muertos
para ver por esa ventana
el copo de azúcar en colores diversos