Con sombrero de ala ancha,
fajín redomado
y bastón de caña en mano,
ronda, rondando,
el abuelo acecha,
paseando, paseando,
muy feliz si acompañado.
Con voz entreverada
recita sus poemas,
con gesto tembloroso
acaricia sus recuerdos
¡lágrimas de emoción!
resbalando, resbalando.
Sentado en su sillita
observa los lagartos,
paredes de blanca cal
le arropan en su descanso;
las manos marchitas
que un día acariciaron
hoy quietas permanecen
víctimas de su trabajo.
Así, fija la mirada,
recordando, recordando,
a la sombra de una encina,
los dos ya centenarios,
en un lugar de aquel asilo,
por todos olvidado,
no le flaquean las fuerzas
cuando recita, recitando,
aquella canción gitana
que ayer tanto levantárale el ánimo.
Hoy espera, esperanzado,
ese nieto de valía
que saque a su abuelo algún día
de su cárcel sin cerrojos,
que oscurece el alma, la mente y los ojos
¡ay! esperando, esperando…