Ana Julia, sale alegre de su escuela. En el camino se consigue con un grupo de personas hablando en la acera. Ella, dice: -¡Con permiso!
Obteniendo como respuesta… ¡El silencio! Nuestra amiga continúa su periplo. De pronto, un niño como de dos años corre hacia el medio d la calle, en un descuido de la madre. Ana Julia, se percata del peligro que corre el pequeño ¡Salvándolo!
La señora se acerca, toma a su hijo en brazos, lo aprieta, lo besa y se aleja… ¡Ni siquiera se escucha decir un…! ¡Gracias! Para la muchacha que acaba de salvar a su hijo, quizás, de la muerte.
Ésta, toda pensativa por lo ocurrido hasta el momento, se pregunta:
-¿Dónde están los valores de lo que habla mi maestra Sonia?
Sigue caminando y, cuando está abriendo la puerta del jardín de su casa, siente un empujón. Voltea, mirando al autor del mismo echar a correr. Por supuesto, de sus labios no brota un ¡Disculpe! Entra en el interior del hogar.
-¡Buenas tardes, Mamá! ¡Bendición!
-¡Dios te bendiga, Ana Julia! Ahí, en la mesa está tu almuerzo ¡Come! ¡No me molestes! ¡Estoy viendo la novela!
-¡Mamá! ¡Por favor! ¡Acompáñame a la mesa!
-¡No me fastidies, niña!
-¡Entonces, mamá! ¿Qué pasó con todo lo que habló en la reunión de ayer por la tarde, la maestra Sonia? Yo escuché, precisamente en el momento de mencionar sobre los valores perdidos, y el solo hecho de no acompañarme a la mesa, implica la poca atención prestada a la charla que dio la profesora… ¡No te interesa! ¡Verdad!
No hay respuesta. La chiquilla termina su almuerzo y se va al cuarto.
Al día siguiente, en el salón de clases aprovecha la primera oportunidad para contar lo ocurrido en el día anterior a su maestra, quién la escucha atentamente al igual que sus compañeros de aula. Agustín, levanta la mano al finalizar el relato de su amiga, para comentar algo dicho por su hermano mayor. Prosigue el niño.
-Resulta que el profesor de matemática cuando llega al salón de clase, ni siquiera saluda. Entra, toma el borrador, la tiza y dice:
-¡Saquen sus cuadernos! ¿Cómo es eso maestra Sonia? ¿No son los maestros nuestros guías?
-¡Claro que sí!
Responde Sonia.
- Pero ustedes también pueden enseñar las normas de cortesía en un momento determinado a cualquier adulto, sea profesor o no, así estarán dando una lección.
Ana julia se pon de pie, exclamando:
-Maestra Sonia, usted nos ha dicho tanto que los valores no se han perdido ¡Qué están allí! ¡Qué sólo se encuentran inmersos en el olvido e el tiempo! Todo esto, aunado las experiencias personales me ha hecho reflexionar, fluyendo de mi interioridad, este poema:
¡NORMAS DE CORTESÍA!
Subes a la camioneta
de pasajeros
¡Está repleta!
Alguien te cede el puesto
te sientas
¡No das las gracias!
¿Ni siquiera te percatas
si el rostro es femenino
o masculino!
¡Qué importa!
Me pregunto:
¿Dónde están las normas
de cortesía?
Aquéllas que te enseñaron
en el hogar… en la escuela
Entonces ¡Pienso!
¿Por qué no elevar
un inmenso papagayo
de colores?
Y… soltar… Soltar…
Soltar la cabuya hasta
que llegue al infinito
¿Dónde una estrella fulgurante!
¿Con tinta dorada!
¿Plasme sobre sus pliegues!
¿Esas normas de cortesía
olvidadas!
Al concluir, todos aplauden emocionados; la pequeña Adriana, alborozada se dirige a la maestra para hacerle una proposición:
¿Qué le parece si nos reunimos en equipo para redactar poemas como el de Ana Julia? Y así despertar la conciencia de aquéllos que han olvidado el valor del uso de las normas de cortesía.
-¡Muy bien! ¿Están de acuerdo, niños?
-¡Siii!
Con sus escritos, recorrieron toda la ciudad, sembrando en el corazón de cada habitante, el valor de la amabilidad, de la cortesía… Recordándose mucho aquel dicho:
“Lo cortés no quita lo valiente”
Autora: MSc. Ingrid Chourio de Martínez
Del Cuentario RACIMO DE FANTASÍAS