Confirmo que nuestro sexo
es en sí mismo, ya perfecto.
Nunca en nuestros aposentos
hubo tanto acoplamiento,
pues cada nuevo suspiro
se convierte en gemido
y cada nueva sensación
multiplica la acción,
y potencia las ganas
de seguir en la cama.
Es que el lenguaje del sexo
es ya nuestro dialecto,
porque no hay timidez
al llegar la desnudez;
y las dudas, casi todas,
se fueron de la alcoba
empujadas por la sensatez.
En cada fricción de piel
hay química perfecta
al unir nuestras siluetas;
los encuentros son mejores
con ansias y con sudores.
Disfrutamos en pareja
sin lamentos y sin quejas
porque ese enlace corporal
al mezclarse con lo espiritual
cuerpo y alma se reflejan.
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