Una canción
puede llevar por el aire
un corazón hasta alcanzar a otro,
hasta abrazarlo con tanto
pero con tanto amor,
que desafinan los versos
por beberse toda su armonía.
Una canción puede
con el misterio más grande del mundo
conmover el alma triste
para llenarla de alegría,
o de una sonrisa enamorada
y cómplice del silencio,
haciendo que el pecho se apriete fuerte
y quiera saltarse todos los momentos
hasta por fin alcanzar ese
en el que el verbo vivir
se conjuga de a dos.
Una canción además
puede apropiarse todos los suspiros
para regalárselos luego
al dueño de la canción,
junto con un beso,
junto con un te amo,
y junto con todos esos colibríes volando
desde los parlantes hacia el cielo.
Una canción también puede
alargar redentora esa caricia
deslizándose tan suavemente
por el pelo,
por la mejilla tibia,
palpando los labios
con la melodía
para dejar de soñarnos encontrados
y encontrarnos, finalmente
en la misma sintonía.
Con una canción
quisiera decirte tanto,
con una voz profunda y sentida
quisiera alcanzarte tanto,
y aún así
nunca bastaría.