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Fernando-. ¡Siento amores de una dama
que, como el alba que llega,
enciende toda la vega,
al tiempo que se derrama!
¡Y cada noche, en la cama,
llena mis sueños tan pura
la ilusión de su figura,
que, por amores vencido,
he de morirme rendido
al amor y su tortura!
Martín-. ¡Por comer un buen cabrito
digo que la vida diera,
sin ser una plañidera
que publica su delito!
¡Porque, pieza de granito,
da el amor poco consuelo,
y, en tardes de nieve y hielo,
de vientos, lluvias y helada,
vale más una cuajada
que tanto amor y desvelo!
Fernando-. ¡Poco de amores, amigo,
sabes tú, a decir verdad!
Martín-. ¡Solo digo la verdad,
pues de su mal soy testigo!
Fernando-. ¡Una esperanza yo abrigo,
y es que puedas comprender!
Martín-. ¡Quien quiere, señor, comer,
no hace por amor ayuno!
Fernando-. ¿¡Mas, qué habrá más oportuno
que el amor de una mujer!?
Martín-. ¡Mal gastara mis dineros
en hacer regalos caros
a sentimientos avaros,
melindrosos, traicioneros!
Fernando-. ¡Código es, entre guerreros
el servir esta pasión!
Martín-. Pues más quiero yo jamón,
huevo, queso y buen chorizo,
si en la boca se deshizo
sin ser extraña ilusión.
Fernando-. Es el amor extravío
que no admite concesiones,
cuando aprieta las pasiones
en el pecho triste y frío…
Martín-. El estómago vacío
sabe más que el corazón.
Fernando-. Si esa es toda tu razón,
no eres un buen escudero,
que, con ser noble y sincero,
solo quieres tu ración.
Martín-. ¡Unas migas y un buen vino
me darían tal placer
que no habría una mujer
que colmase mi destino!
¡Y lo que diga el vecino
del honor de hacer la guerra
es comentario en que yerra
con la mayor ignorancia:
solamente la abundancia
nuestras desdichas destierra!
Fernando-. Aprende de mí, Martín,
que he pasado sin yantar
dos meses por lamentar
estas pasiones sin fin!
¡Y, pensar en un festín
nunca es sentimiento bello,
y signo es de lo plebeyo
pensar solo en la comida,
si es que ilumina la vida
el amor con su destello!
Martín-. ¡Al no darme los dineros
que debéis por mi servicio,
habláis como si ese vicio
fuese de humildes cabreros!
Fernando-. ¡Ya va para cuatro eneros
que te digo que la suerte
no quiere, Martín, que acierte
a pagarte lo debido!
Martín-. ¡Mas del hambre estoy cogido…!
Fernando-. No has de temer a la muerte:
el hambre es mal que alimenta
el espíritu al que admira
cómo su tripa delira,
de la comida avarienta.
Así, Martín, ten en cuenta
que, si te falta alimento,
es algo que no lamento,
que lo admito con gran calma,
pues recompensa es del alma
que regala el firmamento.
Martín-. ¡Por el viento alimentado,
no sé que pueda pedir,
que no sea maldecir
a su señor el criado!
¡Y no soy en esto osado,
que comer no es osadía,
y lógico es cada día
comer algo bien caliente
y no del amor ausente
yantar la palabrería!
2011 © José Ramón Muñiz Álvarez