RECUERDO
(Para mi hermana)
Los vencejos diciendo del atardecer
sobre nuestras formas impecables,
tatuados los tejados de buhardillas
que bullían vida con ínfimo hilo
y el vozarrón del campanario,
grave, apostando por las ocho.
Tú: las coletas y tus carreras
en pos del diábolo que era estrella
en tu celaje sin salpicón de tormenta.
Yo: acodado en el pico de la terraza,
disgregando la cuesta de la calle
de su atónico postramiento,
encumbrándola encima de antenas.
Juntos coreando un son imposible
al sofoco que nos soplaba el paredón,
ahí, cuando los vecinos lustraban hamacas
para la nocturna cita ineludible
de esa frescura de cuño popular.
Entonces, salía nuestra madre
y nos llamaba a cenar nombrándonos,
o nos reñía por el sudor seco
que nos esbozaba riachuelos en el cuello.
Seguro que el tiempo se contuvo,
que apresó con sus garras de hiel
un borbotón que nos tiznó
y que hoy veneramos su mancha.