Si tu fueras un libro en mi librera
ningún mortal podría haberte escrito,
pues en tus páginas la mano obrera
dejaría entre ver su ser divino
y al leer en tus ojos mi destino
extasiado en tu sonrisa de sueño
sabría que el Cielo me fue propicio
al ponerte en mis manos como dueño.
Pero gracias a Dios no eres un libro,
sino de mi vida la compañera,
puesta por el Cielo ahí, en mi camino
y de todos mis afectos la dueña
para leer contigo en el extremo
del día en que amanece nuestro viaje
ideal, predestinado y supremo,
con todo nuestro amor en el bagaje.