Esa mañana que,
juntos al despertar,
tú, me abrazabas
cual un niño,
parecías el tañer,
lánguido o resuelto,
del sonoro eco
que obligó mi mensaje.
Como aquella raíz
aprieta la tierra,
nos nutríamos,
dando aún más
de lo poseído.
Como un deseo,
que antes de ser
ya era satisfecho,
engalanado por ti,
permaneciendo
en tu profundidad
dulce y amiga.
Es poco al contarlo.
Tú eras perfecta,
entre hermosuras
un seguro raíl,
un cobijo de paz
envuelto de flores.
Yo tu tibio espejo,
tu alma externa,
tu goce terreno.
Pero, mi diosa, yo,
a quien elegiste,
si te defraudara,
ya que soy humano,
sería polvo sucio;
por la eternidad
malherido, roto
ente fugitivo.
Así, no dudes,
que soy tu ángel,
tu anuncio
felicísimo.
Y como esa mañana,
serían muchas,
despeñando
al diablo de la senda,
y libres cantar.
Como esa mañana,
todo es un instante
intemporal,
un mismo hecho,
un sin igual amor.
Así, no dudes,
que soy tu sangre,
tu alimento,
tu placer.
Y como esa mañana,
serán muchas,
apartando
lo tosco del camino
y libres hallar,
como esa mañana,
el éxtasis
paradisíaco,
el mundo,
el viaje constante,
la dicha sincera
o el agua
casi milagrosa
de tus labios
en los míos.
Así, no dudes,
que soy tu voz
tu pensamiento,
tu razón.
Y como esa mañana
que sean todas,
aún en otro mundo
menos limitado,
donde sin noche
el día sea rey,
nuestra fusión
universal
en el infinito
de la existencia,
sea llena,
como esa mañana...
Así, no dudes,
que como esa mañana
el amor será siempre,
yo seré tu mirar,
tú mi espada.
Y así, no dudes
de que esta vida,
como esa mañana
es y será, así,
perenne como tú, diosa.