Nadie podrá atestiguar que la noble espada se encendería de rabia y mancillara el honor que le habían concedido. Nadie podrá escribir sobre la tormenta de su filo enfurecido y las tolderías. Solamente dirán que la noche caía mansa en los confines del tiempo, y el jardín, secreto y divino, comenzaba a poblarse de rocas y de arena entre las aguas del entumecido estanque. La ceremonia fue secreta: meditaron el amor hasta consumarlo. Y entonces, la muerte se convirtió en una flor menos agria que la deshonra, menos blanca que sus manos y más pequeña que sus pies.
Y fue la maravilla. El sueño. El resarcimiento. Se abrazaron al silencio para crear los soles, las tardes y también la vida. ¿Responderás con furia y con justicia a quienes adoraron tal existencia? Las palabras que les diste solo fueron hojas muertas. En cambio yo, para ti dejo otras palabras: No olvido. Jamás olvido.
Esta vez, traicionaré a mis más queridos amigos para arrasar con tus reinos.
Me sumergiré en la noche tribal del desencanto, de ahora y de siempre, para aquietar así todos sus lamentos.