ANEUDIS PEREZ

JESÚS Y YO (dedicado para aquellos que su fe, ya no esta)

JESÚS Y YO

(Cuento)

 

-Yo, me encontraba perdido en un camino de espinas y una voz del cielo me dijo…

Era la voz de Jesús.

 

-Jesús: que buscas entre espinas, habiendo tantas rosas.

 - y  yo le contesté…

 

-Yo: estoy perdido, pues sólo veo espinas.

 

-Jesús: es lo contrario, pues tú vas por un camino de salvación.

 

-Yo: como me hablas de salvación, si se me hacen de agujeros los pies.

       ¡Mientras más camino, más me canso!

 

Jesús: las espinas no te cansan ni te pierden, mas bien… te guían.

            Hay que andar con sandalias para cruzar este camino.

 

-Yo: mejores se ven las rosas, no maltrataran mis pies.

 

-Jesús: si te vas por ese camino, nunca regresaras.

 

-Yo: ¿Por qué?

 

-Jesús: ese camino es muy fácil de caminar, tiene partida mas no tiene    

           regreso. Las rosas están cubiertas de abismos, esperando  

           caminantes para hacerles sus amantes. Es un camino ancho y corto

           de caminar, pero no tiene camino para regresar.

 

-Yo: ¿Cómo hago para llegar a ti?

 

-Jesús: sigue las espinas, te guiarán.

 

-Yo: pero no ves que ese camino es malo de andar, tendré muchos tropiezos  

       si sigo ese camino.

 

-Jesús: si quieres llegar a mí, tienes que caminar entre espinas para que tu

           sangre sea divina. Debes de tener muchos tropiezos, pues sólo así, y

           a través de tus propios errores, podrás llegar a mi lado.

          ¡No dudes más, y camina!

 

-Mi cuerpo estaba herido por todos lados, las espinas me habían maltratado muchísimo, enterrándose en mi alma y hasta en mi corazón, pero seguí caminando con la esperanza a cuestas como cruz, ese era el precio a pagar para ver a mi rey.

      Y en mi estrepitoso camino adolorido y sin fuerzas, me encontré un peregrino, el cual iba     

      muy cargado y más maltratado que yo. Este iba gimiendo de dolor y con una pesada

      carga, aun más pesada que la mía y me le acerqué preguntándole…

 

-Yo: peregrino, peregrino, amigo mío ¿Por qué vas tan y tan        

       cargado?

      ¿Acaso no te hieren las espinas?

 

-Y éste me respondió…

 

El peregrino: muchacho, yo llevo mis cargas a cuestas porque Jesús está conmigo, y las espinas si me hieren, pero a cada paso del camino cuando sangro, casi me desmayo y pienso en abandonar mi peregrinar, mas de algún lugar mi amado Cristo me trae socorro, y refresca mis heridas… mejor sigue caminando y no sigas preguntando.

 

-          Yo seguí caminando por ese camino de espinas que a la vez que avanzaba mi recorrido se hacía más y más duro de andar,  y cada vez más y aun más, se hacían más agudas y punzantes las espinas y ya casi en el medio del camino, me encontré con un hombre, el cual estaba allí tirado en aquel camino y sangrando por todos lados, y con voz entrecortada me dijo…

 

El hombre: ¡Muchacho, ayúdame! ¡Ayúdame por favor, no puedo

                    continuar!

                   Estoy muerto, ayúdame a caminar, pues ni me puedo levantar.

            

- Y  yo le pregunté…

 

-Yo: ¿Qué le ha pasado amigo, y por qué se ve tan abatido, que hinchados  

       están sus pies, cuanto sangra de sus manos, y por qué de tantas heridas?

    

-Mas éste me contestó…

 

-El hombre: Jesús me ha pedido que camine entre espinas, más mis heridas

                    son demasiado grandes y no hay fuerzas en mí para levantarme.

 

-Sin pensarlo, me vi invadido por la duda y la ansiedad de seguir lo más pronto por mi camino. No me quería detener, pero como podía yo seguir, sabiendo que aquel hombre se moría triste, desangrándose en ese paraje, debía hacer algo, y mi amor al prójimo floreció, y recordé la historia de aquel samaritano y le dije al hombre…

 

-Yo: ven buen hombre, recuéstate sobre mi hombro…

       ¡Cruzaremos juntos este camino!

 

-Entonces me fui con aquel pobre hombre a cuestas todo el camino. A la vez que avanzaba, sentía mi carga doble, menos fuerzas en mi cuerpo, con sed, ansioso por llegar, pero que largo era ese camino… y al mirar lo recorrido, vi que era inútil devolverme, recordé las palabras del que hace surcos en la tierra “ya que has puesto las manos en el arado, no tornes tu mirada hacia atrás…” quizás me podría haber convertido en estatua de sal, quizás me sentiría indigno. Recordé el peregrino que iba con sus cargas, recordé lo que mi amado me había prometido, verle…

Caminé y caminé, hasta que por fin llegué a lo que parecía ser el fin de ese camino. Y vi un letrero que decía: “Fin del camino, favor de entrar a ver a Jesús”. Entonces entre con el hombre a cuestas, por una puerta estrecha e incomoda… mas al entrar, no vi a Jesús, y dije en voz alta…

 

-Yo: Jesús, te quiero ver, muéstrate ante mí, hice lo que me has pedido, casi

       desmayo en el camino, tengo hambre, sueño, sed, sólo quiero verte   

      Jesús, muéstrate por favor…

 

-Entonces la angustia me invadía, comenzó a llenar mi vida en esos momentos. Yo me estremecía y ceñía el rostro, miraba de un lado al otro y sólo veía a aquel hombre ya mí, no había allí nadie más…

Entonces aquel hombre al cual yo había ayudado, me dijo dulcemente…

 

-El hombre: Jesús, jajaja, Jesús. Él siempre ha estado contigo.

 

-y le contesté…

 

-Yo: pero como es eso, explícate, si ni siquiera se me ha presentado, ni me ayudó cuando estaba cargado, menos me quiso socorrer cuando te vi tirado, ya ves que si no te hubiese ayudado, quizás estuvieses allí tirado todavía.

 

-Mas éste respondió…

 

El hombre: recuerdas a ese peregrino, el cual encontraste en tu trayectoria.

-Le respondí…

-Yo: sí me acuerdo, pero porque me lo recuerdas, acaso tiene él, algo que ver con mi Jesús.

-El hombre: mucho, mucho tiene que ver con Jesús, porque ese peregrino era Jesús.

-Y  yo asombrado respondí…

-Yo: era Jesús, no lo creo. Pero porque estaba allí tirado, porque no se ayudó. Porque tenía esas cargas que le impedían moverse, porque iba arrastrado por el camino.

 

-Y éste me respondió…

 

-El hombre: él iba cargado por el peso tan pesado que tenían tus cargas,   

                    estaba tirado por tu dolor y arrastrándose las llevo al calvario,   

                    todas tu cargas y dolencias, pues el quería hacerte el camino  

                   aun más ligero.

 

-Yo: mas sólo en ese momento le vi, ¿Porque no se mostró de nuevo a mí?

-Y éste me respondió…

-El hombre: recuerdas cuando yo estaba allí tirado entre las espinas y con

                     mis pies hinchados y sangrando.

-Yo: sí, me acuerdo muy bien, pero que tienes tú que ver con Jesús.

-Y el hombre me dijo…

-El hombre: yo soy Jesús y estaba allí tirado por el peso de tus cargas, pues

                    estas no me dejaban caminar.

 

-Y le contesté…

-Yo: entonces si tú eres Jesús, porque me pediste que te cargara.

-Jesús: lo hice para probarte, para saber si eras digno de conocerme.

-Y  yo le pregunté…

-Yo: mas porque, porque, porque me hiciste pasar por todo esto…

-y Jesús me dijo…

-Jesús: porque para tu poder verme, necesitas ser como yo. Tienes que

            andar entre espinas y cargar con tu peso, y en veces debes ayudar a

            tu hermano cuando le veas necesitado, necesitas más que eso para

            verme y conocerme.

 

- Y  yo le dije…

–Yo: Jesús, estoy más que sorprendido de tu amor y bondad. Cargar con mí

         peso en un camino de espina,s es una cosa divina que sólo tú la puedes  

        hacer.

 

Gracias te doy por dejarte ver, a este pobre caminante.

¡Seguiré por tu camino, aunque tenga que sangrar!

Este es un ejemplo de vida, el cual sólo tú lo puedes dar.

 

 

Todos los derechos reservados ©Aneudis Perez, 2009, prohibida la venta y reproducción de esta propiedad intelectual.