“Te regalo la grandeza de la luna
en un humilde poema”.
– ¡Que bella luna de ésta noche!,
¿No, Diana?
– ¿Dónde?, no la veo.
– Mira, de nácar su destello.
– ¿Acaso está detrás del monte?
– Está en mis manos.
– Quiero verla.
– Para ti es, ésta blanca perla.
¡Que bella luna de ésta noche!
Mirando al infinito cielo,
al del iris, sólo al del iris,
extendió su nerviosa mano
y le regaló una lunita.
Y nació otro níveo astro
en la azul desembocadura,
entre pómulo y lagrimal.