Reviso la correspondencia electrónica,
y me entero que los formularios de Hacienda
están en revisión para satisfacer al Fisco.
Ya luego se pondrán en contacto
para decirme si todo está en su sitio.
Sorbo una taza de café
pausadamente, para no perder la costumbre.
Concentro mis esfuerzos por revisar
algún tema de ciencia, otro de religión,
y escribo un poco.
Rebusco en mis recuerdos
un viejo poema que jamás me aprendí,
que jamás escuché completo,
pero que se liga a mi infancia
tranquila y sosa niñez, detrás del claustro
de la vetusta casa. Escucho una canción
que en su tiempo se liga en el recuerdo
a noches de grata bohemia y canto.
Me preparo para salir más tarde
a una reunión de trabajo para tratar
de no sé qué asuntos triviales.
Clamo a Dios esperando ser escuchado,
y entre tanto me llega la respuesta
a mi mudo clamor, hecho con la voz interior
que no se oye, solamente se siente y duele
agonizante como ya no se puede ser
más sincero en este mundo. Un fuego latente
me corre por los brazos hasta el pecho
y me inunda sin consumirme,
solamente me hace más consciente de mi propio ser,
y arde en las ascuas de mis viejas culpas.
¿Quién tendrá misericordia de mí? Solamente Dios,
y aun El se niega a responderme.
Guarda silencio, quizá por un amoroso respeto
a mi melancolía.