A veces, de la nada, llega desde los centímetros,
una chispa blanca de tu piel, intensa como la marea.
Llega la profundidad y la ternura del infinito terrestre.
Yo paso con lentitud y maldad de un explorador ambicioso,
conquistando territorios, asombrado, hambriento, gozoso, dando vueltas,
conduciendo por las aguas y los rápidos y los oscuros, quitándote la vida,
entregándote poemas escritos en caña de azúcar.
Miro tu cabello esparcido en los valles y los desiertos,
los glaciares, el hielo de tu espalda,
el mundo se ha vuelto una pulsera tuya.
Vas por la tierra y la tierra no ve tus ojos,
yo te persigo y te encuentro y no te alcanzo,
y corro más aprisa pero nunca te detienes.
Yo golpeo la roca suave de las nubes,
atorado en la espuma de carne que no me suelta, y no quiero soltarme.
Vanamente apagamos los astros y las hogueras
intentando sobrevivir al calor
de la desconocida eternidad.