Bien, éste es el insomnio, tierra de solitarios y poetas, turno en que los objetos
inanimados se hunden en su propio silencio inobjetable bajo la sólida
penumbra que iguala los volúmenes hasta hacer de ellos un líquido turbio.
Todos han encontrado donde pasar la noche, incluso los indigentes que a
menudo vemos deambular por nuestras calles tan desposeídos; sea en
recámaras o sobre cartones en derruidos edificios, todos duermen, como
costales de carne, entre intermitentes respiraciones y ronquidos, a veces
alguno se atreve a soltar un somniloquio que habla de un lugar fantástico que
al despertar olvidará completamente. La paz del sueño a penas interrumpida
por los hijos de la madrugada, aquellos acostumbrados a escuchar al silencio,
la quietud, en la panza gris de la noche crescendo, crescendo igual que una
ola, hasta las pestañas del cielo, mientras surgen pensamientos inadecuados
para las horas claras. Leves soniquetes rasguñan el suspenso que las horas
visten y crecen hasta asemejar murmuraciones que la paranoia gusta
interpretar a manera de amenazas provenientes de ultratumba, el trote del reloj
es el trote de la muerte materializada en desgracia, que silenciosamente
recorre las calles con su tachonado registro, verificando a quién le toca hoy
visitar, ocurriendo de manera repentina, por la menor negligencia causada por
el sueño, o bien en manos de algún desquiciado instrumento de su burocrática
labor; adentro o afuera, no hay lugar donde podamos escondernos de ella, he
ahí la tragedia, mas es agradable a los poetas, a los escritores decepcionados
que saben sentarse ante ella y charlar acerca del “tiempo-pasado-fue-mejor”.
Hay quienes se desvelan por amor en sus ventanas, neófitos para la noche,
oyendo en la noche sus corazones rotos como único designio, fumando en
piyama su melancolía, sin escuchar el mar en las afueras, el viento que
alborota las frondas fosforescentes, el fuego inextinguible que carcajea
mientras devora una familia entera. Yo espero que venga ella, la de las
cuencas encendidas, es mi amiga, nos conocemos bien las caras, “ porqué
andas tan turbado” me susurra amablemente, así es nuestra relación, dejo que
su voz acaricie mis dedos un instante mientras en mi interior un animal clama,
luego ella se marcha y yo me siento a escribir.