Si llegara a preguntar por ti
a tu hermana, o a tu teléfono
me creerías envenenado y tembloroso
todavía sediento, esperanzado y pequeño
pero la respuesta que me diera
tu hermana o tu teléfono
no sería ningún remedio
sino la misma brisa de amargura
o sea, que no voy a preguntar por ti
no quiero verte, ni que me veas
al menos por ahora, porque,
bueno, yo tengo mis razones.