Si yo pudiese blandir
la palabra justa, exacta, estricta
con la que nombrarte,
con la que regresarte a la vida
a ti que eres, en mi boca,
polvo de luz, aire en cenizas,
muerte pura del sonido,
voz en llagas, cruz y estigma.
Tú, tan sin cuerpo, tanto en nada,
extranjero de mis sílabas,
pasajero de otro mundo
tan hundido en tu huida,
tan imposible es tu flor
que jamás bebe en mi herida.
Herido, sí, nieve y sangre
por mis venas cuesta arriba,
desconocido del sol,
soliloquio de una espina
sobre mi soledad de hielo,
y tú, hilo en aguja de fuego
que bordas la piel de otras vidas,
otros labios con tu llama,
antorchando con caricias
la nocturnidad de una estancia
donde dos seres anidan
formando una sola glándula.
Tú, ermitaño de la entraña,
cancerbero de una cripta
donde una pléyade de hadas
al corazón mortifican,
pero, ay, si otra vez yo te hallara
te arrojaría a los perros
con tu flor descuartizada
y con la herrumbre de un pétalo
me forjaría una espada
para apuñalarte los huesos
y devolverte a la nada.