Se desperezó la tarde en un verso
sobre la triste sonrisa de mi corazón,
por no haberme dado cuenta a tiempo
que a su puerta habías llegado tú.
Busqué en vano en cada despertar
la razón que me había robado el sueño,
recorrí de principio a fin mi soledad,
y me habló de ti la bruma del silencio.
Con el otoño fui meciendo lágrimas
que se asomaron a los ojos de mi poesía,
por contemplarme bajo el sol enamorada
reinventando fantasías que estaban dormidas.
Llené de sueños el desván de mis horas
por imaginarte rozando mis labios
con un beso suave que guardé en la aurora
para sostener el cielo con mis manos;
cada vez que despuntaba una ilusión
en el inocente albor de mis pupilas,
cuando en mis sueños aparecías tú
inspirándome con el amor que renacía.
Sintiendo deseos de pensar en ti
al romper el día, al anunciarse la noche,
sonrojo las palabras peregrinas de mí
que derrochan ternura al borde de mi escote;
por recibirte entre anhelos inquietos
que en un instante te hicieron dueño de mí,
si te sentí en cada sombra de mi cuerpo
como dulces acordes de un tímido violín.
Quise probar qué pasaría conmigo
me atreví, y conjugué el verbo amar,
y así, en la impronta de un suspiro
apareciste en mí... al alba de un versar.
Ceci Ailín