Cuando entraste la débil luz se consumía
En mis ojos solitarios,
Y las paredes me hablaban del calor;
La lluvia avivaba el tejado,
Lo emitía sobre mi piel
injerta en las alturas.
Cuando me volví era temprano,
y sin embargo ya corrías
Por aquellos senderos bordeados
de lucidas crepusculaciones.
Pudo aquella tarde devolver los cristales disueltos
En lechos sepultados e hierbas húmidas pastadas,
Devolverlos a nuestras ventanas,
Para despertarlas al aroma del encuentro,
Al fulgor de la proximidad
A la miel de tus primeras palabras.
Pudo el valor del instante,
Comunicar aquellas extraviadas voces
Hundidas en la intimidad del pequeño mar purpureo;
Agitarlo como si se nos acercara a murmurar la luna,
Llevarlo hasta los cantiles mas cortantes
Y tornarlos suaves.
Entonces,
toda claridad que hube recogido
A las noches mas agónicas
Se me escapo en tu rostro.
Lo tome sin tocarlo,
Como adormecido en la simple sonrisa
De una niña que se albora
al descubrimiento del prado
que florece noche a noche en sus almohadas.
Lo respire desde el horizonte que se me quebraba
En tus parpados,
Saliendo sin azules extintos
Al cielo enhiesto de nieblas.
Fui al pozo sagrado donde beben las ninfas,
Para reconocerte en las hojas que traen del fondo
La cristalinidad de la tierra;
Y comprender en sus vibras la exquisita voz que emite
Lo penetrable cuando la simplicidad brota.
Llegamos a lo lejos sin omitirnos vulnerables
Al dolor emanado del mundo.
Llegamos a la cercanía del contacto,
Para conocerlos sin ritos
en la humildad de nuestras manos,
para apretarlo en la brevedad desprendida del mutuo hallazgo
reflejado al té y a la espuma del lúpulo.
Esa noche nos sorprendió mudos en la ciudad dormida
A la alegría de sabernos encontrados.
Esa noche nos sustrajo del tiempo que entonan
Las flautas mentales,
Nos conservo inalcanzables
A la misma angustia de besar…
Nos dejamos en pasos muy distintos,
Respondiendo a la naturaleza
Que entonces vimos distanciada.
Se alejó tu pelo,
Mas allá del viento racional
Que inspiro la promisora ausencia;
Se alejó tu mundo hacia su habitual orbita;
Tal vez cambiando de colores,
Tal vez creciendo en pensamientos de oro.
Ahora mis pestañas se mojan en el mar interno
Que la sensible fuerza exprime;
Y solo se derrama un par de gotas.
Ahora que te hallo
soplando la hoguera no llego al calor
de tu cuello ni huelo la feminidad del ocaso.
Ahora es siempre un corazón libre de latidos bruscos,
Ahora es como tus labios pronunciando mi nombre
Al vacío que lo vio nacer
Y desincorporarse sin magia,
Ahora vive, mi dulce joven.