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¿Dónde está su corazón?



No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.

Mateo 6:19-21


¿Dónde está su corazón?


 

Fouquet, superintendente de las Finanzas y ministro de Luis XIV, rey de Francia, había atesorado una considerable fortuna. Con ella construyó el magnífico castillo de Vaux-le-Vicomte, poniendo todo su corazón en ese edificio. En 1661, para inaugurar su castillo, hizo una espléndida fiesta a la que asistieron Luis XIV y su Corte. El rey, muy enfadado al ver a uno de sus hombres exhibir tanta riqueza, encarceló a Fouquet tres semanas más tarde y confiscó sus bienes. Éste murió en la fortaleza de Pignerol en el año 1680.
Durante sus años de cautividad, ¿se preocupó Fouquet por hacerse un tesoro en el cielo, lejos de los comportamientos variables del hombre? ¿Se aseguró un lugar eterno en el cielo? No lo sabemos.
Antes de subir al cielo, Jesús nos dio la promesa de ese lugar: “Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay… voy, pues, a preparar lugar para vosotros… y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3).
Teniendo esta feliz esperanza, pongamos nuestra mirada no en las cosas que se ven, sino en “las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18). Así, nuestro tesoro estará en el cielo, y nuestro corazón también.