Eres el emblema en flor de los amantes,
el heraldo más apreciado del poeta,
la insignia de los jardines elegantes,
su corona, su bastión y su saeta.
Tú que arrastras en tus pétalos la sangre
de los corazones que duermen bajo tierra,
tú que llevas el nombre de una guerra
y que hasta los vientos soplan de tu parte.
Tú que eres mitad Luna, mitad Marte,
que compites con Afrodita en la belleza,
que te vistes de nieve, mar, oro o cereza
según la luz que ose en alumbrarte.
Tú que eres el adalid de los aromas,
del perfume más docto y sibarita,
tú que hablas a los dioses en su idioma
como a los reyes sus pomposas favoritas.
Tú que te abres al sol buscando gloria
no olvides que tu beldad es tan efímera
como el escarlata clamor de tu corola
o como el dolor que causan tus espinas.
Entonces llegada pues tu pronta hora
te hallará la muerte, al frío, malherida
con tus hojas ajadas por las sombras
y con los gusanos comiéndote la vida.