He llegado al cuarto de siempre.
Clavadas palabras en los muros
en forma de grieta y sangre.
Ellas son mis crucifijos.
La cama está fría y escarpada.
Inicio la andada de vuelta a la consciencia.
La noche ha sido dolorosa.
Brindé toda la noche con la muerte
y con las piedras del suelo.
Me recordó el sabor de la sangre un puño perdido
y la ira de las mujeres un grito de hierro retorcido.
Mi perdedor encarcelado abrió la cerradura
y desató sus pies y sus perros.
La calle era suya.
Empuñando la soledad en una mano y una copa en la otra,
intimidando a las serias farolas,
me señaló la pendiente
y yo, ciego para no seguir mirando,
me dejé caer en esa tumba de serpientes y poetas.
Mi cadáver se seguirá levantando cuando se me escape la luna,
y mi perdedor saldrá de su manicomio
para celebrar mis miedos.
Soy un débil poeta manco.