OJOS PARDOS DILUIDOS
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Ella debiera estar bailando
en una alegre fiesta sin máscara de brea.
Orquestando sus pies sin pesares
al compás de la música y floreciente tea.
Con una pura y amplificada sonrisa
descargando el contexto de nodriza,
ampliada como la extensión
del ciempiés ceniciento/
Al fecundo muelle esperando
el arribo de su príncipe gallardo
con sueños azules sin niebla de llanto,
en sus ojos pardos de esperanza.
Ceñida en cintura en la estrechez del viento,
resonando en caracola una voz
de flauta dulce en alabanza,
como su pequeña esfera de nova incipiente,
que recién amanece con sus postales al alba
Descalzando su seño en fragante peperina.
Electrizando su inmaculada sangre
hasta la ultima vena de la pista
en un sábado que la halle
perdida tras la sombra de la semana.
Acomodando la distancia que legó su niñez calva.
Más la adolescencia en ella no danza...
Aun no ha resuelto en sus pies de niña
la gelidez fría en la baldosa del orfanato.
La inocente flor púber nunca ha danzado.
Sus pies descalzos y frágiles
soportan la mole apilada en hilera
de los metales impregnados en conjuro,
en una estancia de social indiferencia
que va arrugando sus párpados de inocencia.
Sus piernas van atrofiando sus venas
al caminar desnuda de piel desollada
el vía crucis de las aceras flojas.
Debajo raspa el rigor de la piedra,
el camino de reptiles en la arena
enlutando su camino tras el pan prosaico,
a diario empaña sin pureza sus ojos pardos
que no volverán sobre su paso andado y
seguirán destinados al camino de los cardos
como un trampolín y puente sádico
donde brinca el salto al aire la danza ilusa
en los desvencijados camastros
donde quedan restos de labor prostituta y
en sus ojos pardos diluidos asoma una pestaña infausta/
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2 - MI CIUDAD
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En las palmeritas calles de mi ciudad
se escabulle la fantasía entre el orden natural
y camina el cielo regando poemarios.
Se palpan los corazones de amplitud halagados
en las siluetas que respiran humanidad.
Duerme solferina la estrella ocular.
Insomne se descubre y magna deambula
al transito diario que dibuja la luna y
sobre los árboles gorgotea la osa polar.
La puerta de una iglesia es pedestal
para el hombre mendigo y el niño descalzo,
en mi golpea el latido de la calle y mi abrazo.
Son ramas juntas de todos los brazos
ocupados en la balanza de la equidad.
El vértigo de mi ciudad es un enigma
de esfinge en cinco esquinas. Atrapa los silencios
precipitados y expulsa palabras depuradas
tras cada ventana que supera los esfuerzos
sin la redención a las magas macabras y en
las caras ausentes, brilla la historia en paradigma.
La noche se mete tranquila en su cama con serenidad
porque todo tiempo es fiel reloj del presente,
cuando las dadivosas siluetas se saludan de frente
y el murmullo roza la espuma en la piel de mi ciudad.
Se adelgazaron añejas botas de fuego y furia.
Mi ciudad recuperó el alcohol de las vides en sus uvas
y los colgajos recostaron su parral sin angustia.
Las panzas redondas de toneles sin hambruna
aplastaron empedrados tristes, y en el agua de las púrpuras
el fragmento de una lagrima armó su puerto de ironía.
Mi ciudad es esa que llaman conquistada por los astros,
el rebelde reino de orgullo que no tiene precio,
en ese cielo rojo que tanto amo y aprecio
andan mis amigos y amores.
Mis sueños de un antes recostados en el asfalto.
Mi ciudad usa de epónimo la belleza.
Luce en sus calles valor y entereza, y
cercada por sus ríos se nombra Gualeguaychú
le guste o no al insípido paladar gobernado del sin canto,
acarrea tierno brillo de lentejuelas y Carnaval
y la férrea oposición al viento antiecologista y su vendaval.