Ese sentimiento que impulsa actualizar mi estado,
logré dominarlo antes de que llegará a mis manos.
No es verguenza del sentimiento que nos juramos,
sino un intento de rebelión contra esta red social
que de nuestras vidas ya se ha apropiado.
Aquella foto que detuve mientras subía a mi perfil,
la que muestra la feliciad de nuestra unión,
no quiero conservarla en un frio servidor,
donde los amigos de tus amigos den su opinión.
Porque etiquetas y me gustan, no fueron nuestro fin.
Perdona sino cambio mi situación sentimental,
si ni siquiera te nombro en mis actualizaciones de estado
y mucho menos tenemos fotos etiquetados.
Es que para mi, esto de Facebook y demás redes sociales,
no tienen más importancia que para perder tiempo en la vida real.
Aunque hayamos sucumbido ante su obligatoriedad
y ya conoce de nuestra existencia,
te aseguro que no sabrá de lo que compartimos
y de lo que a su espalda escribimos;
no en un muro virtual, sino en nuestras días,
en nuestra realidad.