Era mayo y se vestían de azul las golondrinas.
Atronaban tambores galopando los mares de los cielos.
Margaritas vacías de colores rezaban mudas oraciones
a los dioses de piedra y de madera.
Por su parte, ella cantaba (a veces).
Cantaba un himno rojo de banderas naufragadas,
entre mutiladas sombras y memorias oxidadas…
Cantaba.
Cantaba a las palomas silvestres que caían como lluvia gris
en los estanques, marcando el territorio de la dulce muerte.
Por su parte, ella a veces reía.
Reía con sus muecas de payaso despintado
mostrando en sus espejos los pálidos eclipses
de algunas lunas rotas…
Reía.
Reía a la orilla de maizales incendiados
y labriegos sin manos y manos sin arado.
Por su parte, la mayoría de las veces, ella lloraba.
Lloraba abrazando relojes ya sin cuerda
y sucios escarpines fugitivos de la vida...
Lloraba.
Lloraba un mar de ausencias y agua amarga
que subía a sus pechos y a sus ojos sedientos.
A veces, muchas veces, ella moría.
Moría en sorbos lentos, matando nuevamente
el llanto niño
que caía en negros espirales retorcidos,
al asfalto de mayo.
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