Monique, totalmente desorientada, intentó ponerse de pie, toco su labio superior y su mano quedó manchada con sangre, una caída dura que dejaba sus primeras consecuencias.
El desconocido, la obligó a incorporarse, tomándola de sus rubios cabellos cual vaquero que monta en pelo un brioso corcel.
Sin soltarla y sin mediar palabra alguna, mientras la seguía tomando por detrás del pelo, la guió hasta el ascensor, de esos antiguos con las puertas tipo tijera. Una vez adentro él marcó su piso, cosa que la puso aún más nerviosa, no se trataba de un ataque casual o de oportunidad.
Mientras subían, el sacó un pañuelo de seda de su bolsillo derecho y se lo acercó a su rostro, la soltó por un momento para amordazarla con el mismo.
LLegaron al cuarto y último piso, él también sabía perfectamente cual era su puerta, ella abrió y él con suavidad cerró la puerta una vez que ambos traspusieron el umbral.