Son las melodías nocturnas que tus labios evocan
crueles sinfonías lanzadas a manos funestas
como negras orquídeas que tu rebozo tocan
cada que la Luna asesina abre del santuario, las puertas.
Que son tus ojos la lujuria en mis miradas,
que son tus labios el fuego que carcome mi alma.
Sadomasoquista la herida cuando me tocas y sangra,
excitante momento el besar tu vulva mientras desgarras mi espalda.
Rojos, son tus mares que bañados por la Luna
cubren tu cuerpo desnudo y lánguido de un exquisito carmesí;
más la noche procelosa que gime en su cuna
camina a tu lado, conducida por los cuervos
a través de la bruma baladí.
Entre la luz de las velas amorfas bailando al compás del viento,
se dibuja tu silueta en el suelo de mi alcoba…
Demonio que seduces almas en pena:
mientras tú violabas la oscuridad,
el silencio abrazó la noche.
Exhortas mis mortales sentimientos a tu felina promiscuidad.
Seduces de mi cuerpo para parte
asesinando de mi corazón, los latidos,
con cada mordida sin piedad.
Cortas mis alas, Ángel Maldito,
y me arrastras por el suelo vil.
Lamiendo cada herida que abres
susurrándome al oído: “Te quiero a ti.”
Son tus cálidos brazos, una aguja más para mi pecho,
abusando de tu hermosura
te introduces sobre mi lecho:
sofocando mis angustias, sofocando mi aura
y, sobre todo, clavando tu mirada en la mía…
¡llevándome a un amorfo infierno sin salida!
Probé tu vulva invernal,
lancé tus besos a las cenizas
mientras tus dorados cabellos
rozaban mis mejillas
y descubría tu cuerpo desnudo sobre mí
otra vez.
Esa noche fue impura,
de lujuria, llena.
Ante las llagas del dolor
y remordimientos en pesadillas,
quebrantaste de mi alma
de nuevo la calma.
Mi demonio Invernal…
Mi esposa por siempre…
Mi Querido Súcubo.