La noche, qué larga es.
Y qué larga la vida.
Derramado en el suelo
pudro las horas y supuro
los muy hermosos venenos
que nos hicieron reír a gritos.
Veintidós mil láminas minerales,
mujer pantera que habita la noche y la devora,
forman tu cristalino y mi cárcel;
betas filosas de tus deseos homicidas
que cuento y que nombro como única verdad.
A veces me suspendo en el vacío
y vuelvo de allí lleno de heridas,
extenuado, balbuceando, muerto de frío.
Otras me descubro a traición
soñando contra mí mismo:
liberado de mi prisión sin salida
llego por fin a mi prisión sin salida.
Es ésta la naturaleza misteriosa de tus ojos.
(La tarde eterna,
la vida, qué larga es.
Y a qué largo amanecer
se asirá mi cuerpo leve
por fin libre)