El maestro
sin clemencia
devora la tiza.
La convierte en letras
y la piel de la pizarra tapiza.
Tiernamente la limpia
como quien
una linda muchacha
acaricia.
Luego la vuelve a pintar
y una vez más a limpiar.
Y la vuelve a pintar
y otra vez a limpiar.
Mientras la pizarra se pone a pensar:
Este hombre loco debe estar.