Atardecido está el monte,
vestido de anaranjado,
bajo cielo despoblado,
se enrojece el horizonte.
Paisaje de luz plagado,
matiza divina alfombra.
El sentimiento se asombra,
el ser suspira extasiado.
Contraste de luz y sombra,
estremece el corazón,
dando al vivir su razón,
enaltece a quién no nombra.
Por orgullo o por pasión,
reconocerle no quiere…
Aunque su grandeza infiere
en majestuosa visión…
El atardecer confiere,
una embargada emoción.
La vida da su lección
y aprenderla conviniere:
Despojarse de aflicción,
cuando el corazón se duele,
sin que la razón apele
o le imponga condición.
A la tristeza cancele,
rumbo al amor sanador…
Rescatando del dolor,
la esperanza que consuele…
Horizonte abrumador,
cuya belleza conmueve.
Cuando la esperanza llueve,
oscurece con fulgor.
Y Cuando el día renueve,
en maravillosa luz,
la vida pierda su cruz
y el dolor se torne leve.
En radiante tragaluz,
vive el corazón soñando,
los temores alejando,
con valiente contraluz…
La felicidad al mando,
es amiga y compañera.
Con su palabra certera,
la vida va renovando.
A todo aquel que la quiera,
le regala una sonrisa,
aliento de fresca brisa,
dulzura imperecedera…
Derramándose sin prisa,
irriga de amor los sueños.
Disponiendo mil empeños,
la alegría es su divisa.
Atardeceres risueños,
de cielo aterciopelado,
cuando el ser entusiasmado,
goza de dulces ensueños.
De tierno brillo dorado,
se reviste el horizonte,
majestuoso luce el monte,
de esperanza coronado…