Caminando por los Campos Eliseos
un aire perfumado recorría mi olfato
despertando ese amor tan aflorado
de nuestras almas gozando el deseo.
Mis ideas se perdían entre la gente
que caminaba bajo la lluvia fresca;
de todo había pasado en mi mente
al recordar esa aventura novelesca.
Tan joven y radiante tu piel se lucía,
yo, un viejo del olvido y amargado,
la vitalidad que mostraba tu energía
enseñaba cuanto me habías amado.
Noches dormidas con el Sena calmo
fueron momentos irrepetibles de vivir;
me quisiste religiosamente en salmos
de amor, que concebían mi porvenir.
Sacaba fuerzas de mi perdida juventud,
te hacía pájaras en sueños de colores,
el Louvre nunca atestiguó ingratitud
por ser testigo del amor sin derroche.
Monumento de tu pasión desmedida,
despertabas envidia en los corazones;
la Torre Eifel parecía de pie dormida
agotada de observar nuestras relaciones.
Esa ciudad embanderada de espíritu luz
guardará la magia que por ella abracé
quedando mi piel marcada por su cruz
y la melancolía amorosa que no olvidaré.
John Clark