Poco a poco el ácido disuelve mis pensamientos
y me alejo
hacia otros mundos
lentamente con el caudal donde el fruto. . .
. . . no mancille mi libertad.
Busco la puerta de la historia en que naufrago
la boca de la tormenta en la vajilla. . .
el reptil que envolvió al santuario. . .
la palabra que tuvo debilidad en la morada.
En mi casa.
En mi albergue.
En mi nido.
(Desde niño siempre le hice molde a los dientes de cada sílaba).
Voy solo con el sudario de mi conciencia
con el espiritu herido y mutilado
hacia los peldaños que tripula el destino.
Busco la pieza en la balsa del sordo.
La mudanza de los rumores
que no son más que desolado tumor
de sal prolongada y lacerante en mi carne.
Estos labios acostumbrados a callar
darle la media vuelta al párpado impaciente
con las aguas del gemido
sobre el aire denso de los ríos.
El vaso amable hizo ovillo en los oídos
tus ecos fueron madeja de cal en la mesa
y yo bebí la sapiente de la duda
efectos de la cicuta azul en el agua fría.
Me alejo con la tibia hiel de mi prisa
con la sierra eléctrica en mi estómago
dándole vuelta a la oculta brújula del guijarro
y aquella pizca de luz en mis ojos.
Soy sed que al latir me persigo
alucinado y templado huyo del relámpago
mosca diluida sobre el humo de la lluvia
o simplemente el vértigo telón
de la burbuja espesa donde se me cobijó la voz.
Soy hielo al dolor frío
y miro donde restalla el sol inseminado y palpable
de tu espina en mi costado.
No huyo de la burbuja de gas que me explota en la camisa
huyo del cuervo impuro
de la semilla que dejó el buitre en mis huesos
de la piraña que sin pausa me destazó lentamente.
Bernardo Cortés Vicencio
Papantla, Ver; México