Del techo bajan,
disimuladas en el ruido de la lluvia,
unas imágenes queridas,
añoradas,
indefinidos trozos
de un tiempo
que fue.
Toman vida en el centro de la mesa,
se mojan
en el humeante café,
se untan en el pan crocante,
sutilmente mezcladas
con la manteca,
y anudan, despacio,
una cinta de recuerdos
en torno al corazón,
acongojándolo.
Sería muy triste
la escena,
si en la silla contigua
no estuvieras,
renovando mi tiempo,
entibiando mis ojos,
provocando
el vuelo alegre
de mis manos
al encuentro
de tu rostro enamorado.
Llueve. Y el viento helado
endurece las gotas
que golpean en los vidrios.
Pero, en el espacio acogedor
que se ha creado
entre los dos,
la ternura hace las veces
de sol,
y ya no tengo frío.