Anoche cuando el sol
se fué a pintar la luna
para lucirse preciosa
delante de las estrellas
me convertí en arriero
de todas tus cosas bellas.
Tu mirada verde clara
y tu risa cantarina,
me decía que ese piño
de tus puros sentimientos
guardara por los momentos
más bonitos de mi vida.
Si tu amor nunca lo arrié,
hasta no convertirlo en sueño,
la razón vino después
cuidándolo por ser tu dueño.
Tu corazón pequeñito,
lo dividiste un tanto
que un pedazo chiquitito
me tienes aquí cuidando.
El resto se fué a los niños,
y a las estrellas caídas,
sabiendo que en esta vida
todos necesitan cariño,
y el arriero se quedó
dueño de ese piño,
que viajando por las noche
con ese canto divino
ha encontrado el día,
más lindo que ha vivido.