La luna
ahora duerme
mientras enlatadas
son para encaminarse
al vaivén cotidiano
que mata desde adentro
como una inyección
letal.
Latas de sardinas
se van con la corriente
desde que el sol sonriente
apenas se despierta
y las seca abrasador.
Llevan saco las sardinas
y hedores escurren
por sus frentes,
pero ya no tan sonrientes
porque las corbatas
las ahorcan macabramente
cuando al fin son digeridas
por grandes edificios
sin piedad.
Pobres sardinas,
ahora van río abajo
desde que el sol amargamente
frie sus esperanzas
donde la ciudad las sepulta
con cruces de olvido
sin velorio o
funeral.