"La muerte es increíblemente lista,
nos da toda una vida de ventaja
y aún así nos acaba ganando."
De repente cerré mis ojos
estaba como en otro mundo,
los recuerdos afloraban:
una blanca niña
con un faldón almidonado,
un moño en su pelo,
tan rubio y tan lacio;
un señor frente a la plaza
parado en el buzón
con una niña tan blanca,
tan sutil era la niña
que me llamaba la atención.
A la derecha del zanjón un linyera
con su bolsa abierta en la vereda
mostraba sin consuelo
su aterrada desazón;
más tarde una montaña,
“EL AVIADOR” la llamaban,
porque se estrelló
en la cumbre de aquel cerro
una avioneta roja y blanca,
con su cola casi entre tinieblas,
incrustada en una roca.
En la esquina de la plaza una iglesia
con el cura en la puerta
alentando para misa,
a unos jóvenes sinvergüenzas.
Mi madre aparecía blanca, nívea,
nevada como una diosa
de luces blancas refulgentes,
casi un ángel entre las nubes;
mi padre la acompañaba
como adorándola de cerca.
Un blanco casi neblinoso
se presentaba de repente
era como una sombra doliente
que me llenaba de estupor.
No entendía bien la razón
de aquel sueño tan presente
y al abrir los ojos nuevamente
me encontraba en mi ataud.
CARLOS A. BADARACCO
27/5/12
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