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Renaciente juventud

 

Locuaces, bellamente expresan las artes,

su real amatoria es coronada por fantasías,

que fieles transcriben los pasos andados,

al ser hechizadas por antiguos danzares tribales,

y la inspirada y provocadora voz de las musas.

 

 

Las artes conjugan con su esperanto

la sal de cualquier idioma.

Sus odas declinan sinfónicas,

bravamente apoyadas sobre los elementos.

Interpretan a la vasta y cordial naturaleza,

y el rugir o loar de innombrados dioses,

cuales actúan desde invisibles palacios vitalicios.

 

 

Celestiales fluyen,

poderosas e incitantes,

resultan ser viaje, 

cuando al escucharlas,

recitan las artes.

 

 

Tan importante es el orquestar de algodonadas palomas,

que se guardaron de tener pelo.

Como el dispuesto en el oscuro aletear de los cuervos,

les proteja su patria toda cultura

pues ellos repartieron nacimientos.

 

 

Todas las aves posan grandeza; granos divinos.

Todas las especies convergen

en un símil que se adecua,

en la pretensión de salir victoriosos,

tras dura pugna con la derrota.  

 

 

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Laten las letras:

desbocadas sobre el talado árbol aquel,

que todavía hoy -traspasados los umbrales-

sabe a inexperiencia, huele un tanto a blanco.

 

 

Pintan emocionados,

ataviados con colores: los trazos.

Pigmentos vegetales desleídos

junto a la gratitud conspiran,

piden se acerque

la ambivalente interpretación.

 

 

Cualquier arte, muerde con ahínco,

se conjura con la extensa existencia

que aguarda, infantil, agazapada,

afianzada en sus variantes sorpresivas.

Afina sus cuerdas o bien las trenza,

no existe volumen o consistencia

que se atreva a negarle mensajes,

que enfrentada a él, se le resista.

 

 

318-omu G.S. (Bcn-2012)