Atajo cada beso con amor,
lo llevo a mi corazón,
lo guardo ,
lo estrujo,
le quito el néctar sublime,
lo gozo,
me deleito,
me sublimo,
me elevo como una oración
que al cielo mismo le otorgo.
Rasguño cada piedra
que encuentro en mi camino,
me devoro
como si fuera un animal,
como si de cada poro emanara
un tímido sabor a pasión,
y de pronto surgiera
un sublime néctar vehemente
que al sorberlo lentamente
elevara mi emoción.
Es como si mis ardores despertaran
y dulcemente entregaran
un temeroso acto de amor,
un dejar hacer del corazón,
un vibrato de ilusión,
un gemido de efusión
y naciera sin pensarlo
con la fuerza de un delirio,
con la inquietud de un frenesí,
la dichosa sensación
de colmar mi sugestión
con un eterno gesto de adoración.
CARLOS A. BADARACCO
26/5/12
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