Bendita sea la hora, el año, el día
y la ocasión y el venturoso instante
en que rendí mi corazón amante
a aquellos ojos donde Febo ardía.
Bendito el esperar y la porfía
y el alto empeño de mi fe constante
y las saetas y arco fulminante
con que abrasó Cupido el alma mía.
Bendita la aflicción que he tolerado
en las cadenas de mi dulce dueño
y los suspiros, llantos y esquiveces,
los versos que a su gloria he consagrado
y han de vencer del duro tiempo el ceño,
y ella bendita innumerables veces.
Nicolás Fernández de Moratín