CARLOS ALBERTO BADARACCO

LA SEÑORA BLANCA de CARLOS A. BADARACCO

 

 

 

A las tres de la tarde desperté,

caminé hacia el río

y allí, parada, vestida de blanco

la señora esa, 

aquella cuya presencia

me intrigaba,

me sorprendía su figura,

me inquietaba.

Me quedé parado,

me senté en la orilla

del río aquel que me atraía tanto,

Todo era sorpresa,

la luz de la tarde

encendía mi cuerpo,

el calor pesado,

mi espalda ardía.

Le pregunté la hora,

era una excusa

y se dio cuenta,

me miró silente

con la mirada fija,

sin expresión su rostro

no contestó nada.

Me miró a los ojos

su mirada adusta

sin ningún gesto

como  un ánima,

como si fuera nada

se retiró sin mueca,

sin ningún reclamo.

Me acerqué al río

me mojé la cara

y al tocar el agua

me tomó del hombro.

Era ella, la señora blanca,

me miró muy fijo

y no esbozó palabra,

caminó hacia atrás

como queriendo irse

y sin palabra alguna

se retiró en silencio.

Caminé por la orilla

del río aquel que me atraía tanto

llegué al cementerio,

sus puertas abiertas

me invitaban al paso

y en la primer tumba

observé una foto

era ella, la señora aquella

y en su epitafio rezaba

que en río santo perdió su vida

su vida plena, llena de encanto,

junto a su amigo amado.

Un poema dulce

lo leí despacio:

“Iré al río, cada día pleno,

miraré sus aguas,

me quedaré en silencio,

buscaré mi vida

que perdí nadando

y al besar su arena

lloraré en un rezo

una plegaria santa

para mi alma buena”

Quedé perplejo

como extrañado

me fui alejando

y en la tumba siguiente

¡encontré mi foto…!

 

CARLOS A. BADARACCO

9/9/11

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