(Homenaje a Alberto Arvelo Torrealba)
“Décimas de amor ausente
el viento arriero balbuce.
La noche de mayo luce
su clara cruz en la frente.”
Cuando mueren rojas huellas
en la oscuridad desnuda,
vuelve la orquesta menuda
con sus violines de estrellas.
Es en estas noches bellas
que el cantor reta al relente.
La inspiración que es fluyente,
insomne siempre en su pecho,
interpreta con despecho
décimas de amor ausente.
Canta después a la tierra,
hembra fértil, que preñada,
a la simiente sembrada,
en un brote desentierra.
Vuela su canto a la sierra,
de ella, su aroma traduce.
Toda su voz reproduce
el mensaje del juglar;
sonido que en el palmar
el viento arriero balbuce.
Vocaliza una cuarteta,
aunque al clamor del sonido,
la maleza del olvido
le va mostrando discreta.
Una niña en la silueta,
traje somnoliento aduce.
Y en el cielo que reduce
sus calenturas divinas,
galaxias de serpentinas
la noche de mayo luce.
Se van retirando todos
con olor de canturía
y el cantor busca en la fría
guitarra, sus acomodos.
La luz muere en los recodos
del alcance incandescente.
Sobre la tierra durmiente,
donde el cantar ya no roza,
exhibe la noche hermosa
su clara cruz en la frente.