Tras el cierro de alambre
con mariposas de fierro,
entre espinos y romeros
se encontraba ese viñedo
de uvas como los cielos.
Unas manos arrugadas,
bendecida por los años
era el trofeo de antaños
de la sencilla Corina,
sola como la colina
atajando todos los vientos,
hizo salir sarmientos
con racimos floridos.
Ochenta años vividos
en el polvo de la viña,
le puso tono a su vida.
Con ese color café
en su piel envejecida.
Espero que en la otra vida
te premié el Dios de los cielos
y que tengas un viñedo,
con ángeles de colores
al igual que tus racimos
prendido de esos soles.