Allí estaba tu boca... Yo imaginaba frutas, vinos ardientes
y tu cintura joven ceñía un verano mortal
que agostara la florecilla abierta en la grieta del muro
y los bosques del éxtasis,
que secara los ríos morenos y el manantial perdido
y las bestias se consumieran en la llama de sus rugidos
y ni un viento azul refrescara la reseca corteza de la tierra.
Todo mi ser era una ofrenda anhelante.
Te imploré como antes a las silentes sombras,
a las altas deidades silenciosas
ofrecía los mirtos y el vellón.
Como ellas, callabas y la rueca implacable de los días
domaba los oscuros olivos de mi llanto
y mi voz como altar de sacros caramillos,
esperaba la yerta palabra de los dioses
fría como ceniza al corazón del hombre.
Mas tú no eres un dios.
Tal el príncipe que el otoño desnuda entre las vides,
tu cuerpo despojado de púrpuras divinas
emergía brillante como lirio fulmíneo
dúctil a la caricia tenaz de mi presencia.
Eso eres tan solo: un cuerpo que el deseo,
sacerdotal, entrega al tálamo florido de otro cuerpo.
Pablo García Baena